miércoles, 1 de marzo de 2017

Mundo Tecnológico

Poco tiempo ha pasado desde la aparición del primer smartphone, la primera tablet, o mismo el primer portátil con bluetooth incorporado. Y es que gracias a la velocidad con la que la tecnología avanza, da la sensación de que el tiempo pasa más lento, pausado, y sin embargo, no han pasado ni seis años desde la lanzamiento de los primeros dispositivos donde el e-mail venía de serie, como algo totalmente básico.

Pero, ¿qué pasaría si echamos la vista más atrás? Mismo a la época de nuestros padres a nuestra edad. De aquella era impensable imaginarse nuestros días actuales, conviviendo tan cercanamente con la tecnología e incluso dependiendo de ella. Un buen ejemplo son aquellos libros gruesos, con infinidad de letras, contactos y números donde podías encontrar absolutamente todo; caracterizados por el color de sus páginas. ¿Quién usa todavía las páginas amarillas? Prácticamente nadie. Gracias a nuestro móvil y a internet podemos encontrar de todo con un solo clic de forma rápida y eficaz: teléfono de contacto, establecimientos, ubicaciones, horarios de apertura y cierre, promociones, etc. Se acabaron esos minutos eternos buscando entre cientos de páginas extrafinas con letras de tamaño microscópico que te dejaban con hipermetropía y el dedo índice desgastado de todas las veces que te lo mojabas en saliva para poder pasar página.
¿Y qué hay de las fotos? Hemos pasado del blanco y negro al color, del carrete a la memoria extraíble, de la impresión a la digitalización, ... eso sin olvidar cómo guardábamos las fotos o como creábamos nuestros álbumes caseros. Ahora las cosas han cambiado. Sacamos las mayoría de las fotos con el móvil y las subimos directamente a la nube para no perderlas, o simplemente las guardamos en una carpeta en nuestro ordenador portátil. Los más creativos con un espíritu un poco tradicional deciden crearse su propio álbum digital, como por ejemplo un álbum Hoffman, donde puedes modificar tus fotos, poner filtros, escribir comentarios, añadir pegatinas, incluir fondos o diseñar una inolvidable portada para después, una vez finalizado y si lo deseas, ordenar imprimirlo y que te lo traigan hecho a casa.

                                                                                        Fuente de la imagen


Una vez entendidas y analizadas estas diferencias, basadas en la aparición tecnológica, que tenemos con nuestros padres, es importante reconocer que precisamos de unas competencias que nuestros progenitores no tenían; concretamente competencias digitales.

Tal y como explica Julián Marquina (2014), todo profesional (teniendo en cuenta que seremos profesionales en el mundo de la docencia) debe afrontar un proceso de transformación digital, viéndose tal como una gran oportunidad de aprendizaje, adaptación, evolución, reaprendizaje y avance. Según él, estas competencias digitales son ocho: conocimiento digital, gestionar la información, comunicación digital, trabajar en red, aprendizaje continuo, visión estratégica, liderazgo en red y orientación al cliente (en este caso al alumno). Estas competencias eran completamente innecesarias e impensables para nuestros padres, por lo que no podemos recibir la misma educación que ellos tuvieron ya que no afrontaríamos con eficacia los problemas y situaciones difíciles actuales.

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